El Existencialismo de Sartre en la Era Digital: Libertad y Angustia en el Siglo XXI
Existencialismo para el Siglo XXI: ¿Sigue Vigente Sartre?
![]() |
| Sartre y el futuro |
La alarma del móvil irrumpe a las siete de la mañana. Antes de abrir los ojos, ya has consultado tres notificaciones, actualizado tu feed de Instagram y respondido un mensaje laboral. Decides qué desayunar entre catorce opciones del menú de una aplicación, eliges tu ropa pensando en la reunión virtual que tendrás, y antes de las nueve ya has tomado más decisiones que un campesino medieval en una semana entera. Pero ¿realmente elegiste? ¿Eres libre? O más inquietante aún: ¿eres tú quien vive tu vida?
Estas preguntas, lejos de ser ejercicios intelectuales ociosos, nos devuelven directamente al corazón del existencialismo sartreano. Jean-Paul Sartre, el filósofo francés que popularizó el existencialismo en la posguerra europea, declaró hace más de setenta años que estamos "condenados a ser libres". En una época donde los algoritmos predicen nuestros deseos, las redes sociales moldean nuestras identidades y la ansiedad se ha convertido en la pandemia silenciosa del siglo XXI, la pregunta no es solo académica: ¿sigue vigente Sartre?
El Existencialismo en su Contexto Original: Libertad Entre las Ruinas
Para comprender la relevancia actual del existencialismo sartreano, primero debemos situarlo en su época. Cuando Sartre escribió "El ser y la nada" (1943) y "El existencialismo es un humanismo" (1946), Europa emergía de una catástrofe sin precedentes. La Segunda Guerra Mundial había destrozado no solo ciudades, sino también certezas. Los grandes sistemas filosóficos, las ideologías políticas totalizantes y las estructuras religiosas tradicionales parecían incapaces de explicar —mucho menos prevenir— el horror del Holocausto, Hiroshima y la degradación absoluta de la condición humana.
En este contexto de ruinas materiales y espirituales, Sartre propuso algo radical: no existe una "naturaleza humana" predefinida, ninguna esencia que determine quiénes debemos ser. Su célebre formulación "la existencia precede a la esencia" significaba que primero existimos, nos encontramos arrojados al mundo, y solo después, mediante nuestras elecciones y acciones, construimos lo que somos. No hay un manual de instrucciones divino, ningún destino biológico inmutable, ninguna estructura social que pueda eximirnos de la responsabilidad radical de inventarnos a nosotros mismos.
Esta libertad absoluta venía acompañada de una carga igualmente absoluta: la angustia existencial. Si no hay nada ni nadie que nos dicte qué hacer, si cada decisión es completamente nuestra, entonces también lo es cada consecuencia. La angustia surge cuando nos percatamos de que somos los únicos autores de nuestra vida, sin posibilidad de trasladar la responsabilidad a Dios, la sociedad, los padres o la biología.
La Mala Fe: El Autoengaño como Estrategia de Evasión
Uno de los conceptos más penetrantes de Sartre es la "mauvaise foi" o mala fe: la estrategia mediante la cual intentamos escapar de nuestra libertad y responsabilidad. La mala fe consiste en mentirnos a nosotros mismos, en pretender que somos objetos determinados por fuerzas externas cuando en realidad somos sujetos libres que constantemente eligen.
El ejemplo clásico de Sartre es el del camarero que representa su papel con una teatralidad exagerada, moviéndose con la precisión mecánica de un autómata. Este camarero está en mala fe porque intenta reducirse a su función social, negando su libertad de ser algo más que un camarero. Se convence a sí mismo de que "es" un camarero de la misma manera que una piedra "es" una piedra, cuando en realidad está eligiendo continuamente representar ese papel.
¿Suena familiar? En el siglo XXI, la mala fe ha encontrado nuevas y sofisticadas formas de expresión. Las redes sociales nos ofrecen roles prefabricados: el emprendedor motivacional, la influencer fitness, el intelectual provocador. Curamos obsesivamente nuestras identidades digitales, construyendo personajes que luego confundimos con nuestro yo auténtico. Nos decimos "así soy yo" cuando publicamos, compartimos o reaccionamos, pero rara vez nos preguntamos si estamos eligiendo libremente o simplemente reproduciendo patrones algorítmicamente reforzados.
La empresa moderna también cultiva la mala fe con maestría. La "cultura corporativa" nos invita a identificarnos completamente con nuestro trabajo, a ser "un verdadero Googler" o "parte de la familia Amazon". Los tests de personalidad laboral (Myers-Briggs, eneagrama, etc.) nos ofrecen esencias prefabricadas: "Soy INTJ, por eso actúo así". Todo esto nos alivia temporalmente de la angustia existencial, pero al precio de nuestra autenticidad.
Libertad y Determinismo en la Era del Big Data
La confrontación más fascinante entre Sartre y nuestro tiempo se da en el terreno de la libertad versus determinismo. El filósofo francés defendía una libertad radical: incluso en las peores circunstancias, conservamos la libertad de elegir nuestra actitud, de dar sentido a nuestra situación. Su experiencia como prisionero de guerra durante nueve meses en 1940-41 reforzó esta convicción: incluso cautivo, elegía cómo interpretar y responder a su cautiverio.
Pero en el siglo XXI enfrentamos un nuevo tipo de determinismo, más sutil y quizá más efectivo que cualquier prisión física: el determinismo algorítmico. Empresas tecnológicas poseen más datos sobre nuestros comportamientos, preferencias y patrones psicológicos que nosotros mismos. Los algoritmos de recomendación no solo predicen qué querremos ver, comprar o hacer a continuación; en muchos sentidos, generan activamente esos deseos mediante exposición selectiva y refuerzo conductual.
Yuval Noah Harari ha argumentado que estamos transitando del humanismo liberal (donde el individuo es la autoridad suprema sobre su propia vida) al "dataísmo" (donde los algoritmos conocen mejor que nosotros lo que necesitamos). Si Netflix sabe mejor que tú qué serie te gustará, si Spotify predice tu estado de ánimo antes de que lo articules, si TikTok puede mantenerte hipnotizado durante horas mediante un feed perfectamente calibrado a tus vulnerabilidades psicológicas, ¿dónde queda la libertad sartreana?
La respuesta existencialista sería que la libertad no consiste en estar libre de influencias o condicionamientos externos —eso es imposible— sino en la conciencia de esos condicionamientos y en la elección de cómo responder a ellos. Podemos elegir examinar críticamente por qué el algoritmo nos muestra lo que nos muestra, podemos decidir desconectarnos, podemos optar por no ceder a la ingeniería de la persuasión. Pero esta libertad requiere un esfuerzo constante de conciencia, de lo que Sartre llamaba "autenticidad": vivir en reconocimiento lúcido de nuestra libertad y responsabilidad.
La Angustia Existencial en Tiempos de Ansiedad Colectiva
Si Sartre consideraba la angustia como la emoción fundamental de quien reconoce su libertad absoluta, el siglo XXI parece haberlo tomado literalmente. La ansiedad se ha convertido en el trastorno mental más prevalente de nuestra época, especialmente entre jóvenes. Según la Organización Mundial de la Salud, los trastornos de ansiedad afectan a más de 260 millones de personas globalmente, cifra que se disparó tras la pandemia de COVID-19.
Pero ¿es esta ansiedad contemporánea equivalente a la angustia existencial sartreana? Hay similitudes y diferencias cruciales. La angustia existencial surge del vértigo de la libertad: nos angustiamos porque podríamos hacer cualquier cosa, porque ninguna elección viene garantizada, porque somos radicalmente responsables. Es la angustia del estudiante que debe elegir carrera sin saber si es la correcta, del profesional que cuestiona si su trabajo tiene sentido, de quien debe decidir si tener hijos o no sabiendo que cualquier decisión es irreversible.
La ansiedad moderna contiene este componente, pero amplificado por factores específicos de nuestro tiempo: la sobrecarga de opciones (paradoja de la elección), la comparación social constante en redes sociales, la precariedad económica estructural, la crisis climática que proyecta incertidumbre sobre el futuro mismo del planeta. Tenemos más "libertad" de elección que cualquier generación anterior (al menos en sociedades privilegiadas), pero esa multiplicación de opciones no nos ha hecho más libres ni más felices. Al contrario, nos paraliza.
El existencialismo sartreano nos ofrece un marco para entender esta paradoja: la libertad sin compromiso, sin proyecto vital, sin elección auténtica, no libera sino que angustia. Sartre insistía en que la libertad debe ejercerse mediante el "compromiso" (engagement): elegir un proyecto, unos valores, una dirección, asumiendo plenamente la responsabilidad de esa elección. La persona auténtica no es la que mantiene todas las opciones abiertas indefinidamente, sino la que elige y luego vive coherentemente con esa elección, reconociendo que pudo haber elegido de otra manera.
Aquí radica una crítica potente a la cultura contemporánea del "mantén tus opciones abiertas". Las aplicaciones de citas que ofrecen parejas potenciales ilimitadas, los trabajos freelance que prometen "flexibilidad total", la educación que nos dice que podemos ser lo que queramos: todo esto puede generar no libertad sino dispersión existencial, incapacidad para comprometerse, miedo a elegir porque elegir implica renunciar a todo lo demás.
El Otro y las Relaciones en la Era Digital
"El infierno son los otros", escribió Sartre en su obra teatral "A puerta cerrada". Esta frase, frecuentemente malinterpretada como un rechazo misantrópico de la sociedad, en realidad señala algo más profundo: nuestra dependencia existencial de la mirada del otro. Según Sartre, el otro me convierte en objeto de su percepción; me asigna cualidades, me juzga, me define. Y yo, a mi vez, hago lo mismo con los otros. Esta dialéctica entre ser sujeto y ser-objeto-para-el-otro genera conflicto y tensión constantes.
Las redes sociales han llevado esta dinámica a extremos que Sartre no pudo anticipar. Vivimos bajo la mirada de cientos o miles de "otros" simultáneamente. Cada publicación es un acto performativo donde nos presentamos para ser juzgados. Los "likes", comentarios y compartidos se convierten en métricas cuantificables de nuestro valor social. Construimos identidades aspiracionales, mostramos versiones idealizadas de nosotros mismos, y luego sufrimos cuando la vida real no coincide con la imagen digital.
Esta hiperobjetivación mutua genera lo que algunos sociólogos llaman "agotamiento de autenticidad". Estamos tan ocupados gestionando cómo nos ven los demás que perdemos contacto con quiénes somos en ausencia de esa mirada. La autenticidad sartreana —vivir en reconocimiento lúcido de la propia libertad sin mala fe— se vuelve casi imposible cuando nuestra existencia está mediada constantemente por la performance digital.
Pero Sartre también ofrece herramientas para resistir esta dinámica. Su concepto de "proyecto común" sugiere que las relaciones auténticas ocurren cuando dos libertades se reconocen mutuamente y eligen colaborar en un proyecto compartido, sin que ninguna intente objetivar o dominar a la otra. Esto es radicalmente diferente de las relaciones transaccionales típicas de las redes sociales, donde el otro se convierte en medio para obtener validación, visibilidad o ventaja social.
Responsabilidad Existencial en Tiempos de Irresponsabilidad Estructural
"Al elegirme, elijo al hombre", afirmaba Sartre en su conferencia de 1946. Cada decisión individual, argumentaba, es también una decisión sobre qué tipo de humanidad queremos construir. Si elijo mentir, proclamo que un mundo donde se miente es aceptable. Si elijo la cobardía, defino al ser humano como cobarde. Esta universalización de la elección personal convierte cada acto en un acto moral con consecuencias colectivas.
Esta idea cobra urgencia particular en el siglo XXI, donde nuestras decisiones individuales tienen impactos globales medibles. La camisa que compro puede estar producida mediante trabajo esclavo en Bangladesh. El café que tomo afecta ecosistemas en Colombia. Mi consumo energético contribuye al calentamiento global. Mi voto influye en políticas que afectan a millones. En la economía globalizada digital, el existencialismo sartreano nos recuerda que no hay actos privados sin consecuencias públicas.
Sin embargo, aquí emerge una tensión: ¿hasta qué punto podemos responsabilizar al individuo por sistemas estructurales injustos? Sartre era marxista además de existencialista, y reconocía que las estructuras socioeconómicas limitan radicalmente las posibilidades concretas de libertad. Una persona en pobreza extrema tiene "libertad" técnica de elegir, pero sus opciones reales están brutalmente restringidas.
Esta tensión entre responsabilidad individual y determinación estructural es central en debates contemporáneos. El capitalismo neoliberal tiende a responsabilizar totalmente al individuo ("si estás endeudado/enfermo/desempleado, es tu culpa"), mientras ciertas corrientes progresistas pueden caer en el determinismo estructural ("todo es culpa del sistema, el individuo no tiene agencia"). Una lectura matizada de Sartre nos permitiría mantener ambos polos en tensión productiva: reconocer las limitaciones estructurales sin eliminar completamente la responsabilidad individual, y afirmar la libertad personal sin ignorar las condiciones materiales que la posibilitan o restringen.
Autenticidad versus Optimización del Yo
El imperativo contemporáneo de "ser tu mejor versión" parece, superficialmente, compatible con el existencialismo. Después todo, Sartre nos invitaba a construirnos activamente mediante nuestras elecciones. Pero hay una diferencia crucial entre el proyecto existencial auténtico y la cultura moderna de la autooptimización.
La autooptimización contemporánea —fomentada por industrias del coaching, el desarrollo personal y el biohacking— tiende a tratarnos como proyectos de ingeniería. Hay una versión óptima de ti esperando ser alcanzada mediante los hábitos correctos, los suplementos adecuados, las rutinas matutinas de los billonarios. Esta mentalidad nos convierte en objetos mejorables, productos en constante beta testing.
La autenticidad existencial, en cambio, no aspira a una versión ideal predefinida. No hay un "yo óptimo" esperando ser descubierto o alcanzado, porque no hay esencia previa a la existencia. La autenticidad sartreana consiste en vivir en reconocimiento consciente de que estamos constantemente eligiéndonos, sin engañarnos sobre nuestra libertad ni sobre nuestra finitud. Es más radical y más humilde que la autooptimización: reconoce que no hay meta final, que la existencia es proyecto permanente, que la muerte interrumpirá ese proyecto necesariamente inconcluso.
Esta diferencia tiene consecuencias prácticas. La autooptimización genera ansiedad cuando no alcanzamos el ideal (siempre hay alguien más productivo, más saludable, más exitoso en Instagram). La autenticidad existencial, por el contrario, acepta la ambigüedad, el fracaso, la contingencia como aspectos inalienables de la condición humana. No se trata de "aceptarse como uno es" (eso sería mala fe, negación de nuestra libertad de cambiar), sino de asumir responsabilidad por quienes elegimos ser, sin excusas pero también sin perfeccionismos imposibles.
El Absurdo Camusiano y la Búsqueda de Sentido Digital
Aunque Albert Camus rechazó la etiqueta de "existencialista", su filosofía del absurdo complementa útilmente el existencialismo sartreano para entender nuestro presente. Camus argumentaba que la condición humana es absurda: buscamos sentido en un universo que no ofrece ninguno. La respuesta no es el suicidio ni la esperanza ilusoria, sino la rebelión: seguir viviendo apasionadamente a pesar del absurdo.
Esta sensibilidad resuena poderosamente con la experiencia millennial y Gen Z. Crecimos con promesas de progreso perpetuo, de que la educación garantizaría empleos dignos, de que el esfuerzo sería recompensado. En cambio, encontramos crisis climática irreversible, precariedad laboral estructural, desigualdad creciente y sistemas políticos disfuncionales. La tentación del nihilismo —"nada importa"— es comprensible.
Pero tanto Sartre como Camus rechazaban el nihilismo. Si nada tiene sentido intrínseco, entonces somos radicalmente libres para crear sentido. El existencialismo no es desesperación; es la invitación más empoderadora posible: tú decides qué importa. No necesitas esperar que el universo, Dios o la sociedad te digan cuál es tu propósito. Puedes elegirlo.
Esta libertad aterra, pero también libera. La generación más ansiosa de la historia es también potencialmente la más libre para inventar nuevas formas de vida, trabajo, comunidad y sentido. El existencialismo del siglo XXI no puede ignorar la crisis climática, la inteligencia artificial, la realidad virtual o la biotecnología, pero puede ofrecernos un marco para navegar estas revoluciones sin perder la conciencia de nuestra capacidad de elegir qué tipo de futuro queremos construir.
Vigencia Crítica: ¿Qué Debe Actualizarse de Sartre?
Afirmar que Sartre sigue vigente no significa aceptarlo acríticamente. El existencialismo sartreano tiene limitaciones que debemos reconocer para actualizarlo productivamente.
Primero, Sartre sobrestimaba la libertad individual y subestimaba los condicionamientos estructurales. Feministas como Simone de Beauvoir (compañera de vida de Sartre) mostraron que el género condiciona radicalmente nuestras posibilidades de ser. Pensadores poscoloniales han señalado que Sartre, a pesar de su apoyo a movimientos de liberación, mantuvo cierto eurocentrismo. Filósofos como Foucault argumentaron que el sujeto libre y autónomo es en sí mismo una construcción histórica específica, no una verdad universal.
Segundo, el individualismo existencialista puede ser problemático en una época donde necesitamos urgentemente acción colectiva coordinada (cambio climático, pandemias, regulación tecnológica). La libertad sartreana enfatiza la elección personal, pero ¿cómo pensamos responsabilidad para problemas que ningún individuo causó ni puede resolver solo?
Tercero, la fenomenología sartreana de la conciencia no anticipó descubrimientos neurocientíficos sobre los límites de la introspección, sesgos cognitivos inconscientes y determinantes neurológicos del comportamiento. No somos tan transparentes para nosotros mismos como Sartre asumía.
Sin embargo, estos desafíos no invalidan el proyecto existencialista; lo complejizan productivamente. Un existencialismo del siglo XXI necesita integrar conciencia estructural, pensamiento colectivo y humildad sobre los límites de la autoconciencia, sin por ello abandonar la intuición central: que somos, en algún grado significativo, responsables de quiénes elegimos ser.
Conclusión: Sartre en Tu Bolsillo
Volvamos a la escena inicial: despiertas, revisas tu móvil, tomas decisiones en piloto automático. Ahora bien, ¿cambia algo saber que Sartre te llamaría a vivir auténticamente, reconociendo tu libertad y responsabilidad?
Quizá no cambies radicalmente tu vida de la noche a la mañana. La autenticidad existencial no es un estado que se alcanza, sino una tensión que se mantiene. Pero podrías comenzar preguntándote, en momentos clave: ¿Estoy eligiendo esto o estoy dejando que me suceda? ¿Esta decisión refleja quien quiero ser o estoy en mala fe, evadiendo mi libertad? ¿Cómo quiero que sea el mundo al actuar de esta manera?
El existencialismo de Sartre sigue vigente no porque tenga respuestas definitivas para los dilemas del siglo XXI, sino porque plantea las preguntas correctas. En una época que constantemente nos ofrece escape de nuestra libertad (algoritmos que deciden por nosotros, identidades prefabricadas, determinismos biológicos o sociales), Sartre nos recuerda algo simultáneamente aterrador y liberador: eres radicalmente libre, y por tanto, radicalmente responsable.
La filosofía existencialista no te hará más feliz en el sentido hedonista, pero puede hacer tu vida más significativa, más consciente, más auténticamente tuya. Y en un mundo donde cada vez más fuerzas externas compiten por definirte, poseerte y optimizarte, reclamar tu libertad existencial puede ser el acto más radical y necesario.
La pregunta no es si Sartre sigue vigente. La pregunta es: ¿estás dispuesto a vivir como si lo estuviera?

Comentarios
Publicar un comentario